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Queremos ver a Jesús se afirma en el Evangelio de San Juan (Jn 12, 21), es el deseo expresado por unos griegos que habían llegado a Jerusalén para la Fiesta de Pascua. ¿Qué movía a aquellos griegos la curiosidad por ver a Jesús? ¿No existe en nuestro tiempo una añoranza de Dios, aunque el término del deseo reciba también otros nombres? ¿No hay, hoy día, una búsqueda de salvación, de sentido que ilumine la vida, de norte que nos oriente en medio de nuestro caos y confusiones?
Igual que esos peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos piden -a los que hoy somos discípulos de Jesús- que no sólo hablemos de Jesús sino que les ayudemos a ver a Jesús, que les mostremos el rostro del Redentor_ que ha venido a salvar a todos los hombres, de todos los pueblos, de todas las generaciones.
A esta búsqueda de tantos, a esta necesidad de los hombres de nuestro tiempo, como cristianos debemos intentar responder, en virtud de nuestro bautismo por el que somos misioneros del Evangelio y miembros de la Iglesia.
Debemos hacerlo mediante palabras que deben ser respaldadas con la elocuencia de las obras y de la vida, con un el ejemplo que arrastre: _no amemos sólo de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad_ (1Jn 3, 18). Amemos con los hechos y no con las palabras. Nuestra fe nos reclama que transparentemos a Dios, que hagamos razonable y atractiva la fe.
La petición de los griegos a Felipe expresa el deseo profundo de los hombres y mujeres que necesitan encontrarse con el Señor. Ese deseo se había despertado en sus corazones a través del testimonio de aquellos que les contaron de los prodigios y experiencias que hablan transformado sus vidas.
_¡Queremos ver a Jesús!_…, es el mismo grito que resuena en el corazón de aquellos que se acercan a nuestras comunidades queriendo saber del mismo Señor. Esa inquietud aviva en nosotros la urgencia de evangelizar, que es fin mismo de la misión que nos ha sido encomendada. EI Señor, que quiso valerse de Felipe y Andrés para salir al encuentro de aquellos que le buscaban quiere hoy necesitar de nosotros para provocar la experiencia de la fe en medio de las comunidades cristianas.
Y la Iglesia que en cada momento histórico responde a esa llamada desde las circunstancias concretas de los tiempos que le toca vivir, lo debe hacer siempre mediante el testimonio de la fidelidad al mandato misionero de Jesús.
¡Queremos ver a Jesús! Los griegos querían conocerle, saber de Jesús, oír de su vida, sus milagros, sus palabras, sus amigos,…, pero fundamentalmente querían conocerle de otra manera, _encontrarse con Él, tener la experiencia salvadora de ser amados por Él.
Conducidos por los discípulos, le vieron. Esa es nuestra tarea y de toda nuestra comunidad, la finalidad de nuestras catequesis, el objeto de nuestra vida, de nuestro ser cristiano: que todos los hombres se salven en la experiencia del encuentro con el Resucitado. No se trata de un discurso, ni de un precepto. Se trata de la realidad que me mueve, me conmueve, me provoca y me impulsa: no cuentan nuestros pensamientos y nuestros propósitos, sino la lealtad con la realidad.
Cristo sale a nuestro encuentro para ayudamos, no para sustituirnos. ¿Cómo lo hace?: el Evangelio nos pone de manifiesto -con discretísimas pinceladas- el carácter de la mirada que Jesús tenía hacia la naturaleza: cómo mostraba a sus discípulos las flores del campo o los pájaros del cielo; cómo veía las higueras y los viñedos de su tierra o aquellas vistas de la ciudad que amaba_…
A medida que uno vive más la fe en la presencia de Cristo y en la Iglesia, el asombro por las señales de Dios brota tanto en las situaciones más ocultas como en el asalto de los pensamientos más recónditos… Cuando esto es así no hace falta que se produzca un choque particular para recordar la grandeza que constituye la vida; nos basta la normalidad de cada instante y la dimensión religiosa de la conciencia se sitúa en un abarcar todo lo demás_, todo lo que nos rodea…, es _pensar *como* Cristo y pensar *en* Cristo a través de todas las cosas_.
El testimonio, la evangelización, la misión se juega en todo lugar y en todo momento, y nunca debe concebirse como la repetición mecánica de propuestas o iniciativas. La vida nos es dada para ser donada. Si no la entregamos, el tiempo te la roba.
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Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Ntro. Padre Jesús de la Misericordia. Stmo. Cristo de Ánimas y Ntra. Sra. del Gran Poder y San Juan de Dios.
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